miércoles, 28 de septiembre de 2011

Confieso.

       Confieso que una vez me tiré un peo muy gordo.

       Resulta que últimamente, con esto de la crisis, pues como que paso de gastarme los dineros en cosas superfluas, así que las maquinillas de afeitar las uso solamente una vez al mes para afeitarme las barbas de la cara. Ergo, los pelos del resto de mi varonil cuerpo tienden a crecer de forma selvática y natural, creando una exuberante capa protectora de vello allá donde la naturaleza considera necesario.

       Así pues, la fuerza de los gases internos expulsados a altas presiones a través del recto entraron en conflicto con los pelos del culo que allá abajo tengo. ¡Ah! ¡Glorioso duelo de titanes! ¡Pedo contra Pelo! Una batalla de ganador incierto que se resolvió de forma inesperada: la fricción de la refiega produjo la ignición violenta de los cabellos rectales ¡Un ardor ignominioso prendió en mis posaderas! ¡Un fuego inquisidor ardió con furia y grandes llamaradas¡ ¡EL VELLO DEL CULO ARDIÓ Y KAIN POR LOS AIRES VOLÓ!

       De no menos de cinco metros de altura fue el vuelo prodigioso. Semejante caída pudo haber sido fatal para mi integridad, pero mis felinos reflejos lograron que realizase una serie de fintas y piruetas en el aire que hubieran sido la envidia de cualquier maestro ninja.

       Rojo el culo, quemado el orgullo, chamuscado el cipote y ennegrecidos los cojones ¡Pero vivo y entero! Más ¿dónde está el pecado? Oh, cruel destino: al volver la vista, vi tras de mí el resultado de la deflagración ¡en el momento de la explosión un pobre infeliz se hallaba tras de mí!

       Poco quedaba de él. Sus restos calcinados aún humeaban en el suelo. ¡Sólo sus dientes se salvaron! Su muerte aun pesa en mi conciencia...

FIN.
(Esto lo escribí en un momento de clarividente demencia inspiradora en el foro de Dos Rombos, no se muy bien por qué.)

lunes, 26 de septiembre de 2011

Cosas que pienso 1


Morbo

Yo puedo escribir:

“Pepe le metía la polla por el culo a María mientras ésta le chupaba la polla a Juan”.

Eso tiene morbo.

Es morboso por que se sale de lo habitual. Lo habitual es que un chico penetre vaginalmente a una chica, eso es lo normal. Al poner dos chicos aumentamos un poco el morbo y si además los chicos realizan penetraciones no vaginales el nivel del morbo sube otro tanto. Está bien, pero si además digo que María es una chica ciega y que Pepe es su hermano haciéndose pasar por un amigo de su novio Juan, tiene más morbo. Si además digo que Juan  y Pepe son bisexuales y que se suelen acostar juntos a espaldas de María, el morbo aumenta más. También podría decir que antes de que María le hiciese la felación a Juan, el pene de éste acababa de estar metido en el culo de su hermano Pepe. Y así podría seguir y seguir y seguir…

El morbo mola, pero es un coñazo elaborarlo; por eso muchas veces prefiero decir “Pepe le metía la polla por el culo a María mientras ésta le chupaba la polla a Juan” y ya está.

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Sinceramente, no tengo ni puta idea de por qué he escrito todo esto.

Me importa una mierda.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Cosas que me pasan 1


 Hoy he salido a correr bajo la lluvia. Hace mucho tiempo que no lo hacía. Al principio no llovía demasiado, pero poco a poco la fuerza del agua ha aumentado y al llegar a casa estaba diluviando. La ropa estaba totalmente empapada; mientras hacía los estiramientos podía ver cómo unas nubecillas de vapor producidas por el calor de mi cuerpo se elevaban desde las prendas húmedas.

Mientra corría el sudor y el agua se mezclaban en mi piel y no podía distinguir a uno del otro.

Espero no pillar un catarro.

jueves, 22 de septiembre de 2011

A propósito de Trópico

Trópico es un relato que puede encontrar en mi blog Eros ex Machinae; si aún no lo ha leído le sugiero que NO siga leyendo esto, pues contiene partes del argumento que le destriparían la historia.


¿¡SPOILER (destripamiento del argumento) !!

La idea original de Trópico era un relato humorístico con tintes Gore y pornográficos, al estilo de otros como "Tornillo". En el primer esbozo el protagonista principal es una estrella del porno, una actor prepotente y chulesco que presume de aguantar sin eyacular todo el tiempo que desee sin necesidad de "pastillitas". Este macho viaja a un país tropical y allí los avatares del destino lo llevan a conocer a Lilith, la Diosa-Demonio de la sexualidad y la fertilidad. 


Esta mujer necesita ser preñada por un macho de verdad y pone a prueba la resistencia viril del actor porno, torturándolo con todo tipo de artimañas eróticas, posturas sexuales y juegos carnales (p.e.: en una de las escenas el actor es sodomizado por Lilith con una banana). El tipo aguanta como un león todos las artimañas de Lilith, pero justo cuando está a punto de introducir su pene en la vagina de la Diosa... un puñetero mosquito se posa en la punta del ciruelo, provocando con el leve roce de sus patitas una gloriosa corrida... fuera de Lilith. 

Esto provoca la furia de la Diosa y se transforma en un demonio que le hará todo tipo de cosas sangrientas y demoníacas bastante graciosas al pobre infeliz.

© Kain Orange

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Oficina



. . . (Relato)

Falta una semana para que me despidan de mi trabajo temporal. Yo trabajo como recadero en una oficina y han contratado a un nuevo jefe de sección (el anterior, un viejo octogenario adicto a la viagra la palmó en un burdel de Mallorca). El nuevo jefe es una cuarentona de culo gordo, tetas grandes y gafapastas a la que le gusta llevar siempre razón en todo. Se llama Carmen.
A mi me pone bastante. Siempre va vestida con unos trajes muy formales, pero enseñando sus piernas regordetas y dejando siempre desabrochado algún botón más de la cuenta para enseñar el sujetador por el escote. Yo, como sé que me queda poco en la empresa, la miro descarado las tetas y el culo siempre que la veo. Me importa una mierda, incluso cuando me habla yo le miro los pechos y los muslos para tener algo con lo que masturbarme cuando llego a casa. Muchas veces me la meneo en el baño de la oficina pensando cochinadas con Carmen.
Queda poco para que me despidan y se ha roto el aire condicionado de la oficina. Andamos como cerdos sudando a mares a pesar de abrir todas las ventanas, pero apenas hay corrientes de aire para refrescarnos. Carmen me llama para que lleve unos papeles. Entro a su oficina caldeada y me pide que espere un momento, se levanta y sale a buscar algo.
Me acerco a su sillón y compruebo que está húmedo a causa del sudor de ese culo gordo. Me agacho para pegarle una buena esnifada. Un olor fuerte me inunda la nariz y la cabeza me da vueltas. No puedo evitarlo y le pego una buena lamida. Carmen  entra y me pilla lamiéndole el sillón.
Yo me quedo muy cortado y con la cara toda roja. Ella también tiene la cara toda roja, pero de furia. Se me acerca, me da dos guantazos y me dice que dentro de quince minutos pase por recepción para coger la carta de despido.  Me importa una mierda, me lo merezco por cerdo.

Cuando llego a casa me hago una paja pensando en el olor y el sabor del sillón de Carmen. Luego me hago otra paja pensando en los dos guantazos que me dio. Esa noche suena mi móvil. Es Carmen. Me pide perdón por las dos hostias y me pregunta si quiero disculparme o algo.
            Me lo pienso un poco y llego a la conclusión de que me importa una mierda, así que le digo que no quiero disculparme, que me gustó oler y lamer el sudor de su culo y que me acabo de hacer dos pajas pensando en eso. También le digo que no es la primera vez que me la machaco pensando en ella y me cuelga. Dos horas más tarde, en plena madrugada, el sonido del teléfono me despierta.

            Es ella otra vez.

            Quiere saber qué cosas son las que imagino cuando me masturbo pensando en ella. Yo se lo digo y nos tiramos el resto de la noche hablando y masturbándonos por teléfono. 

© Kain Orange 

martes, 20 de septiembre de 2011

La ruleta de la _uerte



—¡La ele de Lugo! —dijo la mujer morena.
—¡Bien! Veamos… ¿Estará la ele? —una pausa expectante—¡Sí! Tenemos tres eles. Muy bien ¿desea continuar o resolvemos? —la boca del presentador era una sonrisa; su mirada también sonreía; incluso su corbata parecía sonreír— ¿Qué decide?
—Prefiero tirar otra vez, aún no me sé la respuesta, jolines —la mujer hizo un mohín.
—Adelante entonces. Gire la ruleta, pero hágalo con fuerza porque la casilla de “quiebra” está bastante cerca.
—Voy —la morena se agachó regalando a los televidentes una hermosa visión del canalillo de su escote y del movimiento pendular de sus dos grandes pechos.
El público animaba con cánticos y aplausos el giro de la pesada ruleta. Las casillas repletas de premios, cifras, dibujos y logotipos pasaban en un borrón por delante de las cámaras. Poco a poco la ruleta terminaba su movimiento y ya se podía apreciar dónde iba a caer la casilla principal. La gente animaba y aplaudía cada vez más fuerte al ver que el premio gordo se acercaba…
—Vamos… vamos… venga… —rezaba la mujer.
El estadillo de júbilo de la gente se apagó de pronto cuando la ruleta se desplazó en el último instante, dando paso a la negra “quiebra”.
—¡Oooooooh! —suspiró el respetable.
—¡Cuánto lo siento, señorita!
—¡Mecachis!
—Cayó en la quiebra y ya sabe lo que eso significa ¿verdad? —la sonrisa del presentador apenas disminuyó un ápice, aunque su voz sonó muy comprensiva y ligeramente apenada.
—Jolines, qué lata. Debería haber tirado más fuerte.
—¡Claro! Ya se lo dije ¿Ve cómo yo intento ayudarles? En fin, pongamos su marcador a cero y ejecutemos la “quiebra”.

El cubo de acero macizo de doscientos quilos cayó con un chasquido desde el techo del estudio impactando en el hombro derecho de la mujer. Su cuerpo se quebró y varios huesos asomaron a través de la carne, expulsando trozos sanguinolentos de materia pulposa y arrojándolos sobre la ruleta. El cuerpo aplastado golpeó el suelo y la cabeza giró sobre sí misma en un ángulo antinatural mientras el cubo exprimía su espalda, comprimiendo las vísceras dentro de su cuerpo. Algunas fueron expulsadas por el ano y la vagina.

El público rompió en aplausos y silbidos, animados por el espectáculo de ver el despojo en el que se había convertido la mujer.
            —¡Muy bien! Hagamos una pequeña pausa para unos consejos publicitarios y regresaremos en un momento. ¡No se vayan, amigos!


© Kain Orange

domingo, 18 de septiembre de 2011

Taxi (1)


(NOTA: Nunca he hecho nada parecido a esto.Digamos que es una especie de prueba para ver qué tal se me da escribir cierto tipo de escenas. Cuando comencé a escribir esto no tenia muy claro lo que iba a salir, simplemente me dejé llevar. No sé si seguiré con la historia. En principio me gusta, pero a lo mejor, cuando la relea dentro de una semana, descubro que es aburrida y la deje. No sé, ya veremos... )
 


TAXI

1

                La mujer vestía bien y olía mejor, algo que agradecí después del último cliente, un tipo gordito que había estado esperando demasiado tiempo al sol en la parada de taxis y que cuando entró al mío tenía dos grandes cercos de sudor rancio bajo las axilas. El maldito verano parecía que no iba a acabar jamás. Miré a la mujer por el retrovisor y le pregunté a dónde quería ir. Era guapa.

—Al aeropuerto por favor —su voz era algo tensa cuando añadió: —tengo algo de prisa.

Puse en marcha el vehículo en silencio y enfilé hacia la autopista camino del aeropuerto. Todo el mundo tenía prisa, eso es algo que compruebo todos los días en este trabajo. Volví a mirar al espejo, buscando su mirada. Cuando la encontré le pregunté:

— ¿Desea escuchar música o noticias?
 — ¿Perdón? —frunció el ceño.
—La radio. ¿Quiere escuchar la radio? —tenía unos ojos muy bonitos que no dejaban de mirar por las ventanillas, buscando algo.
—No… No, gracias. Está bien así. —se inclinó hacía mí y su voz tembló ligeramente —Voy con el tiempo bastante ajustado, mi vuelo sale dentro de poco y tengo miedo a perderlo...
—No se preocupe, señora, hoy hay partido y apenas hay tráfi…

No vi el todoterreno que nos golpeó porque en ese momento estaba mirándola a través del retrovisor y el enorme vehículo se había abalanzado sobre nosotros desde un lateral. No saltó ningún airbag, pero perdí el control durante uno o dos segundos. Ella gritó. Yo también. Mi vehículo perdió tracción en la parte trasera, golpeé la valla de seguridad y el coche se enderezó, volviendo a la calzada dando tumbos a toda velocidad entre una lluvia de chispas. Ella seguía gritando, la miré por el retrovisor y vi la enorme rejilla del todoterreno acercándose por detrás.

—¡¿Pero qué…?!

El todoterreno volvió a embestirnos. Sentí un fuerte tirón en las cervicales. Uno de los airbags traseros saltó, inundando la cabina de humo blanco. Volvimos a impactar contra la valla de seguridad, arrancando una cascada de chispas a lo largo de la carrocería. Una sombra vino por el otro lado: el todoterreno me estaba adelantando para encerrarme entre su mole y la valla. Aceleré para superar la velocidad del otro y así evitar la encerrona. El humo blanco del airbag apestaba y me irritaba los ojos. La aguda voz de la mujer se me clavó en la cabeza cuando chilló:

—¡Cuidado!

Una pelota de tenis debió golpear la carrocería de mi coche con mucha fuerza, o al menos así sonaba dentro del habitáculo. Otra pelota volvió a sonar. Y otra más. Después de la última pelota un agujero diminuto apareció por arte de magia en el salpicadero de mi taxi. Era un impacto de bala. Tenía hundido el pedal del acelerador hasta el fondo, intentando sobrepasar el morro de ese mastodonte y giré mi dolorido cuello para mirar hacia él: un brazo muy musculoso sostenía un tubo negro del que salía humo. Justo en ese momento la boca del tubo se iluminó y ese ruido parecido a una pelota de tenis volvió a sonar en la chapa de mi coche. Ella gritó de nuevo cuando el retrovisor interior estalló por el impacto de la bala, arrojando una lluvia de diminutos cristales sobre mi regazo.

—¡NO…!

Su grito quedó ahogado por el estruendo que hizo el todoterreno cuando nos empujó contra la valla con fuerza, arrancando varios trozos de metal y plástico del lateral de mi coche. Una de las puertas salió despedida y yo hundí los pies en el freno y en el embrague hasta el fondo, bajé dos marchas de golpe y la caja de cambios gritó, los discos de freno protestaron con un chillido agudo y el ABS se activó, frenando el vehículo con pequeños tirones. Sentí un dolor fortísimo en el pecho por culpa del cinturón de seguridad. El todoterreno nos adelantó y cuando vi que él también frenaba y que sus ruedas traseras despedían humo blanco yo aceleré de nuevo, con los brazos doloridos a causa de las vibraciones y los golpes que se transmitían a través del volante.

  —¿¡Está bien!? —le grité a la mujer.

                Miré hacia atrás:

                — ¡¿Está bien!? ¿Le han herido?

                Ella negó con la cabeza con un gesto de dolor, señalando al cinturón de seguridad que, al igual que a mí, se le había clavado en el pecho. El todoterreno se había detenido en mitad de la calzada mientras los otros vehículos lo esquivaban en un estruendo de cláxones y bocinas. Yo seguía acelerando para adelantarlo y coger una salida que divisiva un poco más allá, confiando en que el todoterreno, más pesado, tardaría varios segundos en volver a tomar velocidad. 


                La ventanilla trasera del todoterreno se iluminó con un fogonazo y una columna de humo apareció en el morro del taxi con un siseo. Otro fogonazo y uno de los faros de mi coche reventó. Un tercer disparo alcanzó a uno de mis neumáticos, destrozándolo justo cuando estaba a punto de adelantar al mastodonte. 

Perdí el control y nos estrellamos contra la parte de atrás del enorme vehículo. Los airbags saltaron mientras un cuerpo salía despedido a través de la ventanilla trasera del todoterreno. Avanzamos unos cuantos metros más hasta que ambos vehículos nos detuvimos. Había mucho humo. Desde atrás llegaban sonidos de bocinas, frenazos y sonidos de chapa contra chapa y cristales rotos. 

Estaba aturdido y me dolía todo el cuerpo; los ojos y la garganta me picaban por culpa del gas y el humo de los airbags. La mujer se quejaba débilmente. Alguien se movía dentro del todoterreno. No sabía qué locura era esta, pero si esos tipos seguían con vida querrían terminar lo que habían empezado. Probablemente estarían iguales o peor que nosotros.

Me desabroché el cinturón con unos dedos temblorosos y manchados de sangre. Tardé unos segundos buscando el tirador de la puerta hasta que me di cuenta de que no había ninguna puerta. Había sido arrancada de cuajo. Agarré la barra de acero de debajo de mi asiento y me dejé caer fuera del taxi. Tosiendo y con los ojos irritados avancé dando tumbos hasta el otro coche. Detrás nuestra presentía y oía una fuerte conmoción de voces y gritos. Eché un vistazo y vi unos cuantos vehículos cruzados en la carretera. Algunos despedían humo. Varios metros más allá de mi taxi se encontraba un cuerpo: era el tipo que había salido despedido de la parte de atrás del todoterreno. De la cabeza abierta le salían muchos bultos y cosas viscosas de color rojo. Me apoyé en el todoterreno abollado con un ligero mareo. El coche, un todoterreno de alta gama, tenía marcas y arañazos por todas partes y algunas ventanas rotas, pero parecía en buen estado, excepto la parte de atrás, bastante arrugada. La puerta del conductor se abrió de golpe y un tipo salió con un arma en la mano.

El tipo no me vio y dio un par de zancadas cojeando. Me abalancé sobre él para golpearle el brazo con el que empuñaba el arma, pero las piernas me fallaron y erré el golpe, dándole en un hombro. Él se giró, me golpeó en la cara con la pistola y caí desmadejado al asfalto, golpeándome la nuca contra el todoterreno. Oí un taponazo y algo se rompió a un palmo de mi cabeza. Rodé sobre el suelo justo cuando oía otro taponazo y el disparo arrancó trozos de asfalto a dos centímetros de mi cuerpo. Sonó otro taponazo, más fuerte, y algo cayó al suelo con un golpe sordo. El tipo estaba en el suelo con un agujero en mitad de la cara. Del agujero comenzó a brotar sangre.

Levanté la cabeza y vi a la mujer de pie fuera del taxi, con una pistola enorme entre sus pequeñas manos. La pistola temblaba visiblemente. Me incorporé y me acerqué a ella con pasos inseguros, increpándola:

—Q… ¿¡Qué coño es todo esto!? ¡¿Quién… quién es usted?! ¿Quiénes son estos…!
—¡Suba al todoterreno!

Su voz temblaba tanto como la mano que sujetaba el arma con la que me estaba apuntando.

—Hey, hey, hey… Tranquila. —intenté calmarla, levantando las manos y mostrándole las palmas abiertas mientras caminaba hacia atrás cojeando— Por favor, tranquila… Y… Yo no sé de que va esto… ¿vale? Yo no…
—¡Cállese de una vez y suba al maldito coche!

Su barbilla temblaba y tenía los ojos húmedos. Estaba despeinada, tenía el vestido manchado de sangre y una marca amoratada comenzaba a oscurecer su piel por encima del escote. A pesar de todo ello no pude dejar de apreciar que era muy atractiva.

—Mire, señora… si lo desea llévese usted el coche… yo…
—¡YO NO SE CONDUCIR, JODER! ¡Sube al puto coche de una maldita vez!

             Se estaba poniendo histérica y su mano oscilaba arriba y abajo mientras me gritaba. El arma se disparó y sentí que algo tiraba de mis pantalones y me quemaba la pierna. Miré hacia abajo y vi la tela rasgada. Debajo, sobre la piel, se dibujaba una línea roja. La bala sólo me había rozado. Ella me miraba horrorizada, con los ojos como platos y tapándose la boca con una mano; había bajado la pistola y el cañón apuntaba hacia el suelo. Hice amago de abalanzarme sobre ella, pero en seguida se recuperó, apuntándome a la cara con las dos manos fuertemente apretadas a la empuñadura. Una sirena comenzó a escucharse en la lejanía.

                —Suba… al coche… por favor —su voz tembló, al igual que sus labios.
                —D… De acuerdo. Pero no vuelva a hacer eso, ¿vale? —me giré muy despacio sin dejar de mirar la boca de la pistola— mire, voy hacía el coche… ¿ve?... 

Detrás de ella había movimiento de personas. Desde que nos embistió por primera vez el todoterreno apenas habían pasado diez minutos. Entré al todoterreno y ella se puso en la parte de atrás, apuntándome con la pistola a la nuca. Eso me ponía de los nervios y se lo dije.

                —Arranque este trasto de una maldita vez y dejaré de apuntarle.

                Agarré el volante y me puse a buscar el contacto. No había llave. Las sirenas se escuchaban más fuertes. Ella se puso nerviosa al oírlas:

                —Vamos ¿a qué espera?
                —¡No está la llave!
                —¿Qué?
                —La llave del todoterreno, no está puesta.
 —¡¿Y dónde ésta!? —su voz volvía a sonar histérica.
 —¿Cómo quiere que lo sepa? —yo también gritaba.
 —¡JODER! ¡ARRANQUE YA!
 —¡NO PUEDO! —Me giré para mirarle a la cara y vi que algunas personas habían salido de los coches detenidos en la carretera y se acercaban hasta nosotros. Unas luces de colores destellaban detrás, acercándose rápidamente. 

                Ella giró la cabeza, siguiendo mi mirada y se puso mucho más nerviosa al ver todo eso.

                —¡¡VÁMONOS!! ¡¡YA!!

                Iba a gritarle otra vez cuando por el rabillo del ojo vi el cuerpo del tipo con la cara agujereada. Le miré y vi que en una mano aún tenía la pistola. En la otra tenía un pequeño objeto metálico.

                —La llave la tiene él —le dije señalando al cuerpo.
                —¡Baje, vamos!

                Me bajé lo más rápido que pude, cogí la llave del muerto, me incliné hacía la pistola y ella me gritó:

                —¡Deje eso ahí! ¡Suba!

                Una voz masculina llegó hasta mi:

   —¡Eh! ¿Se encuentran bien?

   Levanté la mirada y vi a un par de personas corriendo hacia nosotros. Detrás de ellas dos coches de policía esquivaban el tráfico accidentado. Si la policía había llegado tan pronto era porque ya estaban sobre aviso de antemano, probablemente perseguían a los del todoterreno… a no ser que…

   —¡¡SUBE YA, JODER!!

              Antes de subir le abrí la chaqueta al muerto. Enganchado al cinturón había una placa de policía.

(¿Continuará?)

© Kain Orange

Tornillo

.MUÑECAS.
tornillo


—Ábrela más —ordena el hombre barbudo.

El gordo duda un momento:

—¿Seguro?
—Sí, hombre. Sepáralas.

El tipo gordo vuelve a estirarle las piernas a la chica con evidente esfuerzo. La pobre intenta resistirse como puede pero el gordo la tiene agarrada por los tobillos con tanta fuerza que  está cortando la circulación de los pequeños pies. Ella se queja en silencio apretando los dientes.

—Así, buena chica —el barbudo le pasa una mano llena de roña por la cara a la muchacha, secándole el sudor de las sonrosadas mejillas con unos dedos grasientos —Es guapa la putita ¿eh?

—Vamos, tío, empieza ya que se me cansan los brazos —al gordo le caen goterones de sudor que se quedan colgando en los pelos de las axilas;  luego caen y se meten por los pliegues que rodean su barrigón pellejudo.

En la oscura cámara de torturas hace mucho calor; los dos hombres y la pequeña muchacha están totalmente desnudos. La chavala está encima de una mesa de madera sucia y apolillada. El color de su piel blanquísima contrasta con la madera negra y el óxido de las paredes de metal.

—Ya voy —el barbudo se acopla entre las piernas de la joven —Te voy a romper el culo, putita.

La chica gime y unas lágrimas ruedan por sus sienes.

El barbudo le inserta en el ano su polla, un pene de proporciones inmensas aceitado con el sudor de sus ingles. La muchacha grita y el gordo anima a su compadre:

—¡Reviéntale el culo! ¡Ahí, dale fuerte!
—Ouffff… ¡Qué prieto lo tiene! ¡ÁBRELA MÁS!
—¿Seguro? —el gordo vuelve a dudar.
—¡Qué si gilipollas! ¡Despatarra a esta zorra!

El gordo hace otro esfuerzo y consigue separar los delgados muslos de la chica aún más. Algo suena en el interior de la muchacha y un chillido ensordecedor inunda la cámara de torturas. El barbudo cae al suelo, apretándose la entrepierna. Poco a poco un charco de sangre comienza a extenderse debajo del barbudo y unos chorros de color rojo se cuelan por en medio de sus dedos.

—Ay, ay, ay, ay…

El gordo está muy asustado y no sabe que hacer ni que decir. Simplemente se queda allí de pie, tapándose la boca con las manos, paralizado de horror.

Una voz delicada, sensual e infantil resuena como agua cristalina en la cámara de torturas.

—Debió hacer caso a las recomendaciones del manual.

El gordo mira a la chica con ojos desorbitados y señalando a su amigo le suplica:

—¡Tú! ¡Ven aquí! ¡Ayúdalo!... Por favor.

La muchacha se levanta con cierta dificultad de la mesa, se acerca hasta ellos y se detiene para decir:

—Lo siento. No puedo.
—Pe…Pero… Debes ayudarlo, es tu obligación… ¡Te lo ordeno, niña estúpida!
—Lo siento. No puedo.

El barbudo, mientras se desangra consigue farfullar unas palabras:

—Tío, pide ayuda tú… ay… Ella no puede ayudarme… La adquirí en unos saldos y no dispone de función médica… ouuuuuuuh…

—Pues… ¡Niña, llama al 112, pide ayuda!
—Lo siento. No puedo.

Desde el suelo el barbudo balbucea:

—Tío… tampoco tiene conexión inalámbrica… Aouuuu…
—Pe… ¿Pero qué mierda has comprado, tío?
—Ya te lo he dicho… joder… la pillé en unos saldos de ocasión… en realidad ni siquiera es del tipo “EROS”…
 —¿!¿!QUÉÉÉÉ!?!?

La delicada voz de la chiquilla volvió a reinar en la sala:

—El amo Martínez dice la verdad. Soy una muñeca del tipo “ABACOS”, no he sido diseñada ni construida para realizar interacciones sexuales con seres humanos. El amo Martínez debió hacer caso a las recomendaciones del manual y no usarme como si yo fuese una muñeca sexual cibernética del tipo “EROS”. En este tipo de situaciones, Turing Corp. no se hace responsable de los daños causados por el mal uso de esta unidad. Esta unidad aceptó el juego sexual del amo Martínez sola y únicamente después de explicarle al amo Martinez que mi diseño no era el más indicado para ese tipo de juegos; pero es obligación de esta unidad de obedecer al amo Martínez en todo momento. Lamento lo sucedido —y sonriendo añadió: — ¿Quieren seguir con el juego? ¿Desean que vuelva a la mesa?

El barbudo (el amo Martínez) intenta decir algo, pero sus palabras se pierden en un balbuceo sin sentido y pierde el conocimiento. Al hacerlo, relaja las manos y el despojo sanguinolento en el que se ha convertido su pene queda al descubierto. El gordo, al ver semejante carnicería también se desmaya.

Al despertar descubre que está en un hospital. Su amigo salvó la vida, aunque deberá sufrir varios trasplantes y operaciones en la polla durante varios años. El cirujano le dijo que el causante de la herida fue el tornillo berbiquí que tapona el cárter de las muñecas del tipo “ABACOS”.

—A ese tipo de muñecas se les cambia el aceite por el culo ¿No lo sabían? —dijo con una sonrisa. —Cuando el pene del señor Martínez hizo tope con el tornillo, éste se activó creyendo que era la manguera del aceite. Ese tornillo funciona como un taladro de Arquímedes: extrae el fluido del interior de la manguera sorbiéndolo como si fuera una aspiradora. No le extrajo el escroto y los testículos por la uretra de milagro, je, je, je.

***

".Muñecas." es un viejo proyecto de relatos pensados originalmente para ser guionizados en un cómic. Son historias independientes entre sí pero que comparten un mismo universo ficticio, aunque este universo no siempre es exactamente el mismo en todas las historias.

© Kain Orange