domingo, 18 de septiembre de 2011

Taxi (1)


(NOTA: Nunca he hecho nada parecido a esto.Digamos que es una especie de prueba para ver qué tal se me da escribir cierto tipo de escenas. Cuando comencé a escribir esto no tenia muy claro lo que iba a salir, simplemente me dejé llevar. No sé si seguiré con la historia. En principio me gusta, pero a lo mejor, cuando la relea dentro de una semana, descubro que es aburrida y la deje. No sé, ya veremos... )
 


TAXI

1

                La mujer vestía bien y olía mejor, algo que agradecí después del último cliente, un tipo gordito que había estado esperando demasiado tiempo al sol en la parada de taxis y que cuando entró al mío tenía dos grandes cercos de sudor rancio bajo las axilas. El maldito verano parecía que no iba a acabar jamás. Miré a la mujer por el retrovisor y le pregunté a dónde quería ir. Era guapa.

—Al aeropuerto por favor —su voz era algo tensa cuando añadió: —tengo algo de prisa.

Puse en marcha el vehículo en silencio y enfilé hacia la autopista camino del aeropuerto. Todo el mundo tenía prisa, eso es algo que compruebo todos los días en este trabajo. Volví a mirar al espejo, buscando su mirada. Cuando la encontré le pregunté:

— ¿Desea escuchar música o noticias?
 — ¿Perdón? —frunció el ceño.
—La radio. ¿Quiere escuchar la radio? —tenía unos ojos muy bonitos que no dejaban de mirar por las ventanillas, buscando algo.
—No… No, gracias. Está bien así. —se inclinó hacía mí y su voz tembló ligeramente —Voy con el tiempo bastante ajustado, mi vuelo sale dentro de poco y tengo miedo a perderlo...
—No se preocupe, señora, hoy hay partido y apenas hay tráfi…

No vi el todoterreno que nos golpeó porque en ese momento estaba mirándola a través del retrovisor y el enorme vehículo se había abalanzado sobre nosotros desde un lateral. No saltó ningún airbag, pero perdí el control durante uno o dos segundos. Ella gritó. Yo también. Mi vehículo perdió tracción en la parte trasera, golpeé la valla de seguridad y el coche se enderezó, volviendo a la calzada dando tumbos a toda velocidad entre una lluvia de chispas. Ella seguía gritando, la miré por el retrovisor y vi la enorme rejilla del todoterreno acercándose por detrás.

—¡¿Pero qué…?!

El todoterreno volvió a embestirnos. Sentí un fuerte tirón en las cervicales. Uno de los airbags traseros saltó, inundando la cabina de humo blanco. Volvimos a impactar contra la valla de seguridad, arrancando una cascada de chispas a lo largo de la carrocería. Una sombra vino por el otro lado: el todoterreno me estaba adelantando para encerrarme entre su mole y la valla. Aceleré para superar la velocidad del otro y así evitar la encerrona. El humo blanco del airbag apestaba y me irritaba los ojos. La aguda voz de la mujer se me clavó en la cabeza cuando chilló:

—¡Cuidado!

Una pelota de tenis debió golpear la carrocería de mi coche con mucha fuerza, o al menos así sonaba dentro del habitáculo. Otra pelota volvió a sonar. Y otra más. Después de la última pelota un agujero diminuto apareció por arte de magia en el salpicadero de mi taxi. Era un impacto de bala. Tenía hundido el pedal del acelerador hasta el fondo, intentando sobrepasar el morro de ese mastodonte y giré mi dolorido cuello para mirar hacia él: un brazo muy musculoso sostenía un tubo negro del que salía humo. Justo en ese momento la boca del tubo se iluminó y ese ruido parecido a una pelota de tenis volvió a sonar en la chapa de mi coche. Ella gritó de nuevo cuando el retrovisor interior estalló por el impacto de la bala, arrojando una lluvia de diminutos cristales sobre mi regazo.

—¡NO…!

Su grito quedó ahogado por el estruendo que hizo el todoterreno cuando nos empujó contra la valla con fuerza, arrancando varios trozos de metal y plástico del lateral de mi coche. Una de las puertas salió despedida y yo hundí los pies en el freno y en el embrague hasta el fondo, bajé dos marchas de golpe y la caja de cambios gritó, los discos de freno protestaron con un chillido agudo y el ABS se activó, frenando el vehículo con pequeños tirones. Sentí un dolor fortísimo en el pecho por culpa del cinturón de seguridad. El todoterreno nos adelantó y cuando vi que él también frenaba y que sus ruedas traseras despedían humo blanco yo aceleré de nuevo, con los brazos doloridos a causa de las vibraciones y los golpes que se transmitían a través del volante.

  —¿¡Está bien!? —le grité a la mujer.

                Miré hacia atrás:

                — ¡¿Está bien!? ¿Le han herido?

                Ella negó con la cabeza con un gesto de dolor, señalando al cinturón de seguridad que, al igual que a mí, se le había clavado en el pecho. El todoterreno se había detenido en mitad de la calzada mientras los otros vehículos lo esquivaban en un estruendo de cláxones y bocinas. Yo seguía acelerando para adelantarlo y coger una salida que divisiva un poco más allá, confiando en que el todoterreno, más pesado, tardaría varios segundos en volver a tomar velocidad. 


                La ventanilla trasera del todoterreno se iluminó con un fogonazo y una columna de humo apareció en el morro del taxi con un siseo. Otro fogonazo y uno de los faros de mi coche reventó. Un tercer disparo alcanzó a uno de mis neumáticos, destrozándolo justo cuando estaba a punto de adelantar al mastodonte. 

Perdí el control y nos estrellamos contra la parte de atrás del enorme vehículo. Los airbags saltaron mientras un cuerpo salía despedido a través de la ventanilla trasera del todoterreno. Avanzamos unos cuantos metros más hasta que ambos vehículos nos detuvimos. Había mucho humo. Desde atrás llegaban sonidos de bocinas, frenazos y sonidos de chapa contra chapa y cristales rotos. 

Estaba aturdido y me dolía todo el cuerpo; los ojos y la garganta me picaban por culpa del gas y el humo de los airbags. La mujer se quejaba débilmente. Alguien se movía dentro del todoterreno. No sabía qué locura era esta, pero si esos tipos seguían con vida querrían terminar lo que habían empezado. Probablemente estarían iguales o peor que nosotros.

Me desabroché el cinturón con unos dedos temblorosos y manchados de sangre. Tardé unos segundos buscando el tirador de la puerta hasta que me di cuenta de que no había ninguna puerta. Había sido arrancada de cuajo. Agarré la barra de acero de debajo de mi asiento y me dejé caer fuera del taxi. Tosiendo y con los ojos irritados avancé dando tumbos hasta el otro coche. Detrás nuestra presentía y oía una fuerte conmoción de voces y gritos. Eché un vistazo y vi unos cuantos vehículos cruzados en la carretera. Algunos despedían humo. Varios metros más allá de mi taxi se encontraba un cuerpo: era el tipo que había salido despedido de la parte de atrás del todoterreno. De la cabeza abierta le salían muchos bultos y cosas viscosas de color rojo. Me apoyé en el todoterreno abollado con un ligero mareo. El coche, un todoterreno de alta gama, tenía marcas y arañazos por todas partes y algunas ventanas rotas, pero parecía en buen estado, excepto la parte de atrás, bastante arrugada. La puerta del conductor se abrió de golpe y un tipo salió con un arma en la mano.

El tipo no me vio y dio un par de zancadas cojeando. Me abalancé sobre él para golpearle el brazo con el que empuñaba el arma, pero las piernas me fallaron y erré el golpe, dándole en un hombro. Él se giró, me golpeó en la cara con la pistola y caí desmadejado al asfalto, golpeándome la nuca contra el todoterreno. Oí un taponazo y algo se rompió a un palmo de mi cabeza. Rodé sobre el suelo justo cuando oía otro taponazo y el disparo arrancó trozos de asfalto a dos centímetros de mi cuerpo. Sonó otro taponazo, más fuerte, y algo cayó al suelo con un golpe sordo. El tipo estaba en el suelo con un agujero en mitad de la cara. Del agujero comenzó a brotar sangre.

Levanté la cabeza y vi a la mujer de pie fuera del taxi, con una pistola enorme entre sus pequeñas manos. La pistola temblaba visiblemente. Me incorporé y me acerqué a ella con pasos inseguros, increpándola:

—Q… ¿¡Qué coño es todo esto!? ¡¿Quién… quién es usted?! ¿Quiénes son estos…!
—¡Suba al todoterreno!

Su voz temblaba tanto como la mano que sujetaba el arma con la que me estaba apuntando.

—Hey, hey, hey… Tranquila. —intenté calmarla, levantando las manos y mostrándole las palmas abiertas mientras caminaba hacia atrás cojeando— Por favor, tranquila… Y… Yo no sé de que va esto… ¿vale? Yo no…
—¡Cállese de una vez y suba al maldito coche!

Su barbilla temblaba y tenía los ojos húmedos. Estaba despeinada, tenía el vestido manchado de sangre y una marca amoratada comenzaba a oscurecer su piel por encima del escote. A pesar de todo ello no pude dejar de apreciar que era muy atractiva.

—Mire, señora… si lo desea llévese usted el coche… yo…
—¡YO NO SE CONDUCIR, JODER! ¡Sube al puto coche de una maldita vez!

             Se estaba poniendo histérica y su mano oscilaba arriba y abajo mientras me gritaba. El arma se disparó y sentí que algo tiraba de mis pantalones y me quemaba la pierna. Miré hacia abajo y vi la tela rasgada. Debajo, sobre la piel, se dibujaba una línea roja. La bala sólo me había rozado. Ella me miraba horrorizada, con los ojos como platos y tapándose la boca con una mano; había bajado la pistola y el cañón apuntaba hacia el suelo. Hice amago de abalanzarme sobre ella, pero en seguida se recuperó, apuntándome a la cara con las dos manos fuertemente apretadas a la empuñadura. Una sirena comenzó a escucharse en la lejanía.

                —Suba… al coche… por favor —su voz tembló, al igual que sus labios.
                —D… De acuerdo. Pero no vuelva a hacer eso, ¿vale? —me giré muy despacio sin dejar de mirar la boca de la pistola— mire, voy hacía el coche… ¿ve?... 

Detrás de ella había movimiento de personas. Desde que nos embistió por primera vez el todoterreno apenas habían pasado diez minutos. Entré al todoterreno y ella se puso en la parte de atrás, apuntándome con la pistola a la nuca. Eso me ponía de los nervios y se lo dije.

                —Arranque este trasto de una maldita vez y dejaré de apuntarle.

                Agarré el volante y me puse a buscar el contacto. No había llave. Las sirenas se escuchaban más fuertes. Ella se puso nerviosa al oírlas:

                —Vamos ¿a qué espera?
                —¡No está la llave!
                —¿Qué?
                —La llave del todoterreno, no está puesta.
 —¡¿Y dónde ésta!? —su voz volvía a sonar histérica.
 —¿Cómo quiere que lo sepa? —yo también gritaba.
 —¡JODER! ¡ARRANQUE YA!
 —¡NO PUEDO! —Me giré para mirarle a la cara y vi que algunas personas habían salido de los coches detenidos en la carretera y se acercaban hasta nosotros. Unas luces de colores destellaban detrás, acercándose rápidamente. 

                Ella giró la cabeza, siguiendo mi mirada y se puso mucho más nerviosa al ver todo eso.

                —¡¡VÁMONOS!! ¡¡YA!!

                Iba a gritarle otra vez cuando por el rabillo del ojo vi el cuerpo del tipo con la cara agujereada. Le miré y vi que en una mano aún tenía la pistola. En la otra tenía un pequeño objeto metálico.

                —La llave la tiene él —le dije señalando al cuerpo.
                —¡Baje, vamos!

                Me bajé lo más rápido que pude, cogí la llave del muerto, me incliné hacía la pistola y ella me gritó:

                —¡Deje eso ahí! ¡Suba!

                Una voz masculina llegó hasta mi:

   —¡Eh! ¿Se encuentran bien?

   Levanté la mirada y vi a un par de personas corriendo hacia nosotros. Detrás de ellas dos coches de policía esquivaban el tráfico accidentado. Si la policía había llegado tan pronto era porque ya estaban sobre aviso de antemano, probablemente perseguían a los del todoterreno… a no ser que…

   —¡¡SUBE YA, JODER!!

              Antes de subir le abrí la chaqueta al muerto. Enganchado al cinturón había una placa de policía.

(¿Continuará?)

© Kain Orange

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