miércoles, 28 de septiembre de 2011

Confieso.

       Confieso que una vez me tiré un peo muy gordo.

       Resulta que últimamente, con esto de la crisis, pues como que paso de gastarme los dineros en cosas superfluas, así que las maquinillas de afeitar las uso solamente una vez al mes para afeitarme las barbas de la cara. Ergo, los pelos del resto de mi varonil cuerpo tienden a crecer de forma selvática y natural, creando una exuberante capa protectora de vello allá donde la naturaleza considera necesario.

       Así pues, la fuerza de los gases internos expulsados a altas presiones a través del recto entraron en conflicto con los pelos del culo que allá abajo tengo. ¡Ah! ¡Glorioso duelo de titanes! ¡Pedo contra Pelo! Una batalla de ganador incierto que se resolvió de forma inesperada: la fricción de la refiega produjo la ignición violenta de los cabellos rectales ¡Un ardor ignominioso prendió en mis posaderas! ¡Un fuego inquisidor ardió con furia y grandes llamaradas¡ ¡EL VELLO DEL CULO ARDIÓ Y KAIN POR LOS AIRES VOLÓ!

       De no menos de cinco metros de altura fue el vuelo prodigioso. Semejante caída pudo haber sido fatal para mi integridad, pero mis felinos reflejos lograron que realizase una serie de fintas y piruetas en el aire que hubieran sido la envidia de cualquier maestro ninja.

       Rojo el culo, quemado el orgullo, chamuscado el cipote y ennegrecidos los cojones ¡Pero vivo y entero! Más ¿dónde está el pecado? Oh, cruel destino: al volver la vista, vi tras de mí el resultado de la deflagración ¡en el momento de la explosión un pobre infeliz se hallaba tras de mí!

       Poco quedaba de él. Sus restos calcinados aún humeaban en el suelo. ¡Sólo sus dientes se salvaron! Su muerte aun pesa en mi conciencia...

FIN.
(Esto lo escribí en un momento de clarividente demencia inspiradora en el foro de Dos Rombos, no se muy bien por qué.)

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